Don Ernesto no salió en la televisión. Nunca lo entrevistaron para hablar de “modelos de negocio” ni se volvió viral en redes. Sin embargo, desde hace 18 años, su tiendita en la colonia El Progreso ha sido el corazón silencioso de muchas pequeñas victorias.
Todo empezó con un carrito de supermercado viejo donde vendía papas, refrescos y chicles afuera de la escuela primaria. Ahorró cada peso durante dos años, hasta que logró rentar un local pequeño, con paredes descarapeladas y una cortina que apenas subía. Le puso por nombre “Mis Tres Soles”, en honor a sus hijos.
La primera etapa fue dura. Se levantaba a las 5 a. m., abría a las 6, cerraba a las 10 p. m. Su esposa, Doña Clara, lo ayudaba cuando terminaba su jornada como conserje. Uno de sus hijos se sentaba a hacer tarea sobre unas cajas de cartón al fondo del local. A veces el refrigerador fallaba, otras no vendía ni para reponer el gasto, pero nunca dejaron de abrir.
Pasaron los años y Don Ernesto no se volvió rico. Pero su hija menor terminó la preparatoria con beca, gracias a los útiles que él mismo le vendía en su propia papelería que abrió al lado de su tienda de abarrotes con lo poco que juntó. Su hijo mayor consiguió trabajo como repartidor de una tienda en línea y ahora le ayuda con pedidos por WhatsApp.
Hoy “Mis Tres Soles” sigue siendo una tienda sencilla: vende pan, leche, dulces y artículos de primera necesidad. Pero lo que ha logrado es inmenso: pagar la secundaria de sus hijos, evitar que se fueran por caminos peligrosos de la vida, enseñarles el valor del trabajo honesto y mantener unida a su familia.
Don Ernesto no tiene un “éxito de película”. Tiene logros de carne y hueso. El éxito que se construye a diario, a fuerza de esfuerzo, paciencia y amor.
Porque a veces, sacar adelante una familia con una tiendita no necesita aplausos, sino continuidad. Y eso, vale más que cualquier otra cosa.