Llueva o truene, mi tienda siempre abre: el orgullo de levantar una obra con sello propio

No hay reloj que marque el inicio exacto del trabajo del tendero. Hay días en que se madruga más y noches en que se duerme menos. Porque tener una tienda no es sólo abrir una cortina y prender una luz. Es esfuerzo, sacrificio, entrega. Es tener el alma puesta en cada decisión, desde el acomodo de los productos hasta el saludo que se da al cliente habitual.

Muchos piensan que tener una tienda es una actividad rutinaria. Pero los que vivimos detrás del mostrador sabemos que cada día presenta un nuevo reto. No se trata sólo de vender, sino de mantener viva una obra que hemos ido moldeando con nuestras manos. 

Una tienda, por pequeña que sea, es un proyecto de vida. Es la forma en que muchos hemos decidido ganarnos el sustento, construir algo propio y dejar huella en nuestra comunidad.

Aun cuando la tienda haya sido adquirida por traspaso, poco a poco se le va dando un toque único. Se nota en los colores, en el orden de los anaqueles, en la manera de atender, en los productos que se eligen según las necesidades del barrio. En muy poco tiempo, esa tienda termina hablando de ti. Tiene tu sello, tu carácter, tu forma de ver el negocio.

Y sí, hay días de lluvia, de frío, de cansancio o de malas ventas. Pero también hay satisfacción, orgullo y gratitud. Porque en este oficio hay algo que no se compra ni se hereda: la convicción de abrir la tienda llueva o truene. De estar ahí para los vecinos, para los que vienen de paso, para los que saben que tu tienda siempre está abierta.

Así se construye una tienda: con constancia, con amor por el oficio, con una entrega que no necesita reflectores. Y aunque nadie lo diga en voz alta, cuando un cliente agradece, cuando un niño entra por un dulce o una señora por su pan diario, ahí se siente: la tienda es tu obra. Y de esa obra siempre estarás satisfecho.

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